¿Estamos ante el 1989 de los árabes?

08/Feb/2011

Clarín, Timothy Garton Ash

¿Estamos ante el 1989 de los árabes?

08/02/11
Por TIMOTHY GARTON ASH. EL PAÍS
El futuro de Europa está en juego esta semana en la plaza Tahrir de El Cairo, igual que lo estaba en la plaza de San Wenceslao de Praga en 1989. En esta ocasión, por motivos de geografía y demografía. El arco en el que está produciéndose la crisis árabe, desde Marruecos hasta Jordania, es el vecino de al lado de Europa. Y decenios de migraciones hacen que los jóvenes árabes que gritan airados en las calles de El Cairo, Túnez y Amman tengan primos en Madrid, París y Londres.
Si las revueltas triunfan, y el resultado no es otra dictadura islamista, estos hombres y mujeres jóvenes, frustrados y con frecuencia desempleados tendrán oportunidades en sus propios países. Con la modernización de sus países, los jóvenes árabes circularán entre un lado y otro del Mediterráneo y contribuirán a las economías europeas y a pagar las pensiones de las sociedades europeas envejecidas. Además, los ejemplos de modernización y reforma tendrán eco en todo el mundo islámico. Si las revueltas fracasan, y el mundo árabe vuelve a sumirse en un abismo de autocracia, decenas de millones de esos jóvenes trasladarán al otro lado del mar sus patologías de la frustración, que sacudirán los cimientos de Europa. Si, por último, las revueltas consiguen derrocar a esta generación de tiranos, pero las fuerzas islamistas violentas y antidemocráticas se hacen con el poder en varios países y nos encontramos con un montón de nuevos iranes, que Dios nos ayude. Eso es lo que está en juego. No se me ocurre otra situación en la que Europa tenga un interés más vital.
¿Es el 1989 de los árabes? Existe la misma sensación que entonces de que los acontecimientos saltan de un país a otro y de que la gente corriente, en masa, ha decidido plantarse de forma espontánea para decir “basta”. Sin embargo, hasta ahora, no se ve una organización social como la que, encabezada por los movimientos democráticos de oposición y los grupos de la sociedad civil, mantuvo en 1989 la disciplina de la no violencia y preparó el terreno para una transición negociada. En Túnez, los sindicatos han desempeñado un papel importante. En Egipto están Mohammed el Baradei, con su Asociación Nacional para el Cambio, y el líder de la oposición encarcelado Ayman Nour, pero no ha surgido verdaderamente ningún frente popular, foro cívico ni gran estructura de otro tipo . En la gran manifestación del martes en la plaza de Tahrir hubo muestras alentadoras de organización cívica. Pero al día siguiente ya hubo una respuesta caótica a los ataques violentos de los partidarios de Mubarak.
Por más poder movilizador que tengan Internet y las redes sociales, la organización política es fundamental. Por eso los israelíes dicen que la analogía más apropiada no es con la Europa de 1989 sino con el Irán de 1979. Un gran levantamiento popular, con muchos elementos laicos y de izquierdas, pero que cayó en manos de los islamistas porque estaban mejor organizados.
Nadie sabe lo que sucederá mañana, ni el próximo mes ni el próximo año. Ante las revoluciones, los responsables políticos y los expertos a larga distancia son como peatones con calzado de ciudad que intentan seguir una carrera de obstáculos frenética y embarrada. Lo que necesitamos es gente que esté sobre el terreno, que hable el idioma, conozca la historia, haya estado allí repetidas veces y sea capaz de evaluar a los actores y fuerzas sociales más importantes.
La reacción política de Europa, hasta ahora, ha sido un silencio avergonzado, seguido de palabras muy precavidas de apoyo a un cambio pacífico. Y, al contrario que la secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, la alta representante de la UE para la Política Exterior, Catherine Ashton, ha estado invisible.
Los manifestantes egipcios tienen muy claro lo que no quieren: Mubarak. Pero, a diferencia de los de la plaza de San Wenceslao en Praga, no tienen una visión inequívoca ni común de lo que quieren para después. Salvo, por supuesto, algo mejor. Si los nuevos gobernantes de Egipto –y Túnez y otros países vecinos– parecen dispuestos a aceptar la ayuda de Europa, debemos estar preparados para ofrecérsela.